domingo, 5 de mayo de 2013

Cuando entras en el más profundo de los sueños surge un mundo fantástico.


El Auken y el laberinto sin fin 
Se dice que el Auken es todo aquello que no puedes solucionar a tu manera, pero que de algún modo se solventa.  Quienes no viven en Turs Katen no pueden saberlo, pero quienes viven allí... En esta breve historia podrás resolver el camino hacia tu salvación y observar una vida que no se parece a la nuestra, pero que tiene mucha similitud en realidad... Cuanto menos abras tus ojos y más dilates los oídos, llegarás a imaginar cómo es este lugar. Entonces ahí te contaré cuáles son los últimos sucesos.
-¡No! Esto no es cierto… El Turs Katen no tiene vida.
Todo lo que digo es real, así como el espectro que sujeto en este bolso de escamas.
-¡Noo!  
Aunque sigan interrumpiendo continuaré y seré lo más breve que pueda. Antes de cruzar las arcillas del Monbakc, Kert saltó lo más alto que pudo… Solo que el salto, por estrategia, no era a lo alto sino más bien a lo largo. Así se desparramó cayendo como un trompo dentro de una de las cuevas Mombakcas. Sin duda, el mal cálculo le jugaría una mala pasada. No solo de tiempo perdido, sino también por correr riesgo. Pero como los de la raza de Kert no conocían la muerte, a esta lo remplazaba la ceguera. La primera voz que oyó al caer fue: “Cuanto menos abras tus ojos y más abras los oídos, llegarás a imaginar cómo es este lugar”. Kert se puso de pie lentamente, como siempre lo solía hacer. No había nada que lo atormentara o manipulara. La raza de kert era así. Pero nunca se había enfrentado a las cuevas sin fin y nunca se hubiera imaginado llegar allí de esa TORPE MANERA.
La noche anterior a emprender su viaje había tenido un sueño. En este, se veía con otra figura y con otro rostro. Para cuando despertó, todo se parecía a una señal. ¿Qué más podía esperar? kert ya había aguardado demasiado. Su pueblo se esparcía como un yuyo desarraigado que no depende de una raíz. Kert estaba aburrido y sin compañía. Se sacudió el polvo amarillo y comenzó a internarse en el laberinto. Él no llevaba el porta Banzal, que es el arma más poderosa de los de su raza. Kert pensaba que no era necesario ya que el motivo de su recorrido no era salir a cazar o a deambular entre el peligro, el sueño se lo había dejado muy en claro: su meta se parecía mucho a unos ojos color café y cabello dorado, la imagen más bella y la voz más dulce que jamás había escuchado. La meta de kert era el amor.
Tuvo que avanzar internándose entre las cuevas que carecían de luz. A menudo se cruzaba con vertientes de color púrpura que, iluminando las ásperas paredes del interior del Mombakc, hacían crecer una luz brillante que se convertía en un espejo sobre la pared. La primera vez que pisó el agua, vio el reflejo de su cuerpo pero no se detuvo. La segunda vez, sí. Se observó por un momento, respiró profundo, exaltado, para después echar un poco de aliento vaporizado mientras sus finos labios perdían el color rosa hasta volver a la normalidad. Sus ojos azules con lunares verdes y su cabello gris espacial se iluminaban por el reflejo de su piel, que palidecía en gran manera, lo suficiente como para pensar que estaba muerto… pero no, los de la raza de Kert eran así. Demasiado alto y corpulento, brazos largos y ásperos… o suaves según la situación. Era muy apuesto y, aún más, cuando vestía su jornalde de valeza de oro blanco… ¡Ey! Escúchame. La maleza podrá destruir este saco de escamas. Sosteniendo mi postura y haciendo oído sordo a lo que digan, seguiré contando lo que le sucedió a Kert aquel día. Tomando como dicho y como cierto el refrán que suelen decir los de su raza: “hablad todo aquello que vivifica y endulza el alma solo hasta el anochecer, no sea que te encuentre la ceguera por la noche hablando como un ilusionado”. Acabaré esta historia antes del anochecer.
Cuando habían pasado unas horas, Kert sentía merecer algo de acción. Entonces se encontró con el muro de BeleckDarí. Un muro que grababa los sueños y los hacía visibles cuando ya no los podías recordar. Aunque Kert recordaba todo su sueño, el muro escribió estas palabras: “En esta breve historia podrás resolver el camino hacia tu salvación” y una especie de mapa comenzó a tallarse por arte mágico. Las líneas iban en una misma dirección hasta empezar a enlazarse formando un laberinto. Entonces Kert pensó que quizá estaba en un peligro mucho mayor de lo que se imaginaba. Al avanzar, atravesó diversos objetos impregnados de maravilla, como son los Pluvies de nieve (unos copos voladores que tararean una bella melodía al volar) y, además, un duende Legon que le sirvió un poco de comida: Rajos del sabit, una especie de planta con hojas amarillentas que Kert no conocía. Estas, al ser digeridas hacían brillar los ojos de tal modo que podían iluminar el camino por un par de horas aunque sea.
Pero el Mombakc era interminable, así como en su sueño, donde Kert se veía atrapado en un lugar oscuro buscando una salida que, bajo la destreza de alguien bien perspicaz, estaba perfectamente escondida… La luz menguó, se desvaneció y se sumergió entre las pequeñas grietas que sostenían y que, de alguna manera, llenaban de aspereza las inmensidades de los muros interminables del Mombakc. Entonces Kert se detuvo y sacó un pequeño objeto de metal del costado derecho de su pierna y la dejó caer al suelo. Ésta tomó la forma de una araña, usando como patas una raíz seca que yacía en el suelo. Se estiraron hasta casi cortarse, pero una vez que el objeto dejo de moverse comenzó a  originar un sonido de bellos acordes que expresaban la soledad de Kert.  Así recordó que el peligro no había asomado sus narices aun, a no ser que las historias que le contaron cuando chico fueran solo una mentira.
Llegó la noche y, con ella, también el frío. Kert seguía sentado frente al objeto musical que aun sonaba. Cerró sus ojos y pensó en el sueño que había tenido: ahí la veía alejarse, arrastrando una sobra luminosa. Sus cabellos dorados y unas pequeñas huellas; una silueta que escapaba de sus ojos, inquieta, exuberante. Al recordarla, sonreía. No podía dejar de pensar en esos ojos color café y en su cabello dorado. A pesar de no conocer su raza, aquella pertenecía a unos de los seres más bellos. El frío se marchaba en ese momento… Un calor extraño subía por su pecho velludo y plateado. Kert nunca había sentido eso. No sabía tampoco que eso que sentía se llamaba amor. (Ahora lo sabe)
¡Crack! Un ruido de ramas quebrándose. Kert guardo su instrumento musical y luego caminó hacia el lugar del sonido. Era en la parte más fría y oscura, pero avanzó sin dudar. Y alcanzó a ver algunas piedras junto a unas ramas secas y, debajo de ellas algo oscuro y elíptico. Tal vez fuera un espectro. Incrementaba su altura, mientras se paraba sobre uno de los troncos más gruesos. La forma se hizo inmensa al punto de quebrar el tronco en que estaba parado. Pero, ¿qué hacían allí el resto de un árbol muerto? Quizás esta criatura salga a menudo a la superficie a buscar ramas secas, pensó kert… Si fuera así, era el indicado… a él debía preguntarle dónde estaba la salida. Kert dio un paso atrás, pero el espectro largó un gemido.
-¡Ayúdame! En tus pies, hay un poco de Rajos del sabit. ¡Tómalos y frótalos en el muro!
            Kert tenía buen corazón y no se hubiera negado, aunque fuese un enemigo. Tomó un poco de aquel yuyo y los frotó según la indicación.
-Gerenti-vit -dijo el espectro. Esta era una manera de agradecer. Y la luz amarilla del Sabit empezó a brillar,  iluminando el lugar. Mientras todo esclarecía, el espectro  empezó a moverse y a temblar hasta tomar la forma de un tigre con patas de cebra y orejas de conejo.
-He quedado atrapado. Ayúdame a salir.
Kert se acercó y el extraño ser se apoyó sobre sus hombros.
-¡Gracias, kert!
Se asombró al  escucharlo, pero el extraño se precipitó y le dijo:
-No te sorprendas, sabía que vendrías por aquí…  Me aviso el duende. Él me dijo cómo te llamabas.
Kert le dio una mirada rápida de arriba abajo y advirtió sobre el piso un líquido verde que se desplazaba desde una de las patas de cebra. Tenía un gran tajo y no podía caminar por sí solo, su rostro estaba aterrado con solo saber que debería avanzar en esa condición. Entonces dio un gemido parecido al rugido de un tigre, pero al mismo tiempo como una cebra en celo o un conejo mascando una raíz.  Entonces Kert le sujetó más fuerte y le detuvo con su mano palidecida para que no avanzara, mas la bestia le dijo:
-No me puedo detener, debo llegar a “mi lugar” para reposar y fortalecerme. Ya no puedo casi ni hablar del dolor.
Kert, con la misma mano que lo detuvo, le hizo señas para indicarle que continuara, pero la bestia volvió a detenerse. Entonces Kert resolvió alzar un poco de Rajos del sabit y frotarla sobre el muro, dándole la forma de un dibujo, con aquel mismo amarillo que hizo que los ojos de Kert se llenaran de luz horas antes, aquel mismo amarillo que iluminó el lugar momentos antes, una línea que subía para volver a descender, un triángulo. Luego golpeaba el Sabit y echaba chispas de colores al viento, cual envolvente y enmudecido efecto, pronunciaba un eco y, cualquier sonido como los que pronto provinieron de la bestia rebotaron en cada rincón del laberinto sin fin. De esta manera, la bestia comenzó a andar. Con dolor, sí, pero eso era en lo que menos pensaba. Solo le llamaba la atención aquel dibujo que iba trazando Kert. Cuando se terminó el sabit también se había acabado el camino, era allí mismo donde la bestia reposaba. Se enroscó entre unas piedras, se entumeció y reposó hasta dormirse mientras pronunciaba estas palabras:
-GERI bendiga tu camino, Kert.
Y dio su primer ronquido para alcanzar el más profundo de los sueños. Así Kert no pudo preguntarle cómo lograría salir de aquel lugar, pero debía continuar. Ya habían pasado horas y aún el sueño de Kert no estaba cumplido, aún no había visto a esos ojos color café y a ese cabello dorado lleno de magia. Atravesó distintos laberintos: unos más fríos que otros, algunos más oscuros, otros muy pequeños, otros altos y angostos, hasta que la cueva se dividió en dos. Debía decidir por dónde ir. Ya que no quería perder tiempo, se embutió en el de la derecha. Él no recordaba que en su sueño tuviera que decidir por algún camino, pero si vamos al principio, tampoco estaba en planes caer en las cuevas Mombakcas. Así que cualquier cosa podría ser posiblemente extraña. Entonces continuó. Al entrar había un columpio de lodo y cayó en él. Se deslizó a gran velocidad hasta chocar con  una madera añeja muy a lo profundo. Kert se levantó lentamente y dio un recorrido con su mirada al lugar. Algo andaba mal, algo andaba muy mal, pensó. Hasta que empezó a ver con más claridad al ir adaptándose a la oscuridad… la madera añeja era una tabla con comisuras en donde podía apoyar sus pies para ascender y cruzar hacia el otro lado, la tabla de madera vieja era una escalera.
Esta parte se acerca al resumen de la historia, pero eso no quiere decir que sea el final ciertamente porque toda historia tiene su continuidad. Kert ya había subido gran parte de la escalera cuando comenzó a sentir que alguien lo seguía desde abajo. Unos pasos presurosos y un gemido. Alguien estaba muy cerca. En realidad no podía definir si era uno o varios, pero decidió apresurarse. El miedo no era lo que lo movilizaba: él no quería lastimar a nadie. La raza de Kert era así. Ellos eran los más fuertes en el mundo exterior… exactamente… dije mundo exterior. Pero Kert estaba en las cuevas Mombakcas, él estaba en lo más profundo del peligro. Sus brazos velozmente alcanzaron a subir hasta el final de la escalera. Las pisadas venían tras él, cada vez más rápido. Kert habría decidido arrojar la tabla hacia el vacío, pero no lo hizo… solo lo pensó. Si alguien quería atacarlo, sacaría sus garras para cortarlo en cinco pedazos… ya que eran cuatro sus dedos largos y filosos. De un solo mordisco, incluso, podría partirlo por la mitad. Luego llevaría los restos y los enterraría allí, debajo de las cuevas Mombakcas para que descansara en paz y en su merecido lugar. Entonces Kert vio asomar un sombrero verde con plumas. Era el duende que le había ayudado, dándole el Rajos del Sabit. Entonces Kert guardo sus garras y escondió sus filosos colmillos.
-Le saludo, Kert del exterior –hizo una pausa y luego continuó– ¿Verdaderamente, qué te ha traído por aquí? Las únicas personas que subieron estas escaleras encontraron su muerte.
No hubo respuesta de kert, solo una mirada que escudriñaba todo. Los ojos azules con lunares verdes no tenían ese color solo por capricho de la naturaleza, ni tampoco su nariz se movía en andén por mera pretensión: Kert olía el peligro y la traición, y también sabía que alguien se acercaba por detrás. Al girar, no pudo ganarle en velocidad al gran Espectro/Bestia. Sí, era el mismo espectro a quien él había ayudado y que, gruñendo, saltó sobre él. Kert cayó de nuevo al vacío golpeándose con el tablón y  hundiéndose en el lodo. Cuando abrió sus ojos, tenía sobre él al duende Legon y al Espectro que cambiaba de forma continuamente, riéndose. Kert esta vez se levantó muy rápido. Tanto el duende como el Espectro/Bestia volaron unos metros chocando con la pared. En ese momento, cayó sobre su lomo un horripilante espectro, alto y pálido, con dientes filosos y ojos rojos como el sol.
-¡Esto no puede ser cierto! ¿De dónde venéis vó? ¿Quién so? ¿Acaso so sabé que io soy el ser más temido y te has metido en mis cuevas? ¿Para qué? ¿Para burlarte de mí? ¿Para desafiarme? ¡¿Eh?!
Kert lo tenía encima y era muy pesado. Estaba agitado pero controlado, sabía que podían trabarse en lucha… Pero no, la meta de Kert se parecía a unos ojos color café y a cabello dorado. Nunca había estado tan seguro de cuál era su destino. Así, decidió hablar por primera vez. El espectro largó una gran carcajada y, de pronto, se detuvo.
-Sal de encima de mí, Espectro, que no tengo nada en contra tuyo.
El Espectro dio un salto y liberó a Kert, anonadado… No sabía de dónde provenía esa voz. Hasta que adivinó, era Kert que le hablaba a su mente.
-Di otra ve que has dicho. Al parecer me estas llamando espectro, pero mi nombre es Pesadilla.
Kert estaba cubierto de lodo, se levantó y giró su mirada hacia el duende y el Espectro/Bestia que aun yacían en el piso húmedo y frío, espantados.
-Ya te dije que no tengo nada en contra tuyo, Pesadilla, solo caí en las cuevas del Mombakc. Nada más que eso. Y ando en busca de alguien
-Ah, no nononononuu… eso sí que no te lo puedo permitirss ya que yo soy tu pesadilla. Pero dime ¿de dónde eres?
-Yo soy de TursKaten, del exterior
-Nananananuu. Tú ahora perteneces aquí.
-Creo que te equivocas, Pesadilla. Porque sé bien de dónde vengo y a donde voy.
Pesadilla rió y gritó: “¡Que oscurezca hasta que él visitante no pueda ver!”. Y todo se oscureció. Pero Pesadilla, no sabía que Kert tenía buen olfato. Lo primero que sintió fue unas garras atravesar su garganta al punto de empezar a escupir sangre verde y pegajosa. Duende Legon, espectro/bestia y Pesadilla se unieron y se hicieron un solo cuerpo, mucho más grande, mucho más fuerte. En ese momento, desde la parte más alta del lugar se hizo una grieta que iluminó todo con un rayo de luz, una luz que ninguno conocía, interponiéndose entre los rivales… Era la luz del sol. Pesadilla, al terminar de formarse, se convirtió en una especie de Dragón, pero con aletas de pez. Y entre las grietas cayó un mechón de cabello dorado, suave, lentamente, bailando y dando giros posándose sobre Kert. Cayó otro poco y otro poco más. Se contemplaban las millones de partículas que nosotros llamamos polvo a través de la luz y, Pesadilla, se agitó de odio, porque en su lugar estaba tomando prioridad la belleza y eso en una pesadilla no puede suceder.
Así que aspiró aire lo más profundo que pudo para lanzar su ataque contra Kert, no supo que un poco de cabello podía entrar por su boca y estancarse en su garganta. Allí mismo cayó el cuerpo, dentro de las cuevas Mombakcas. Kert se le acercó para arrancarle un pedazo de piel de dragón. Sabía que querría escapar, esperó y, en el primer intento de fuga, pudo encerrarlo dentro de esa piel extraída.
-¡Déjame, maldito Kert! ¡Sácame de aquí!
Kert subió nuevamente a la superficie y lo logró. Ahí estaba su sueño hecho realidad, en un mundo que no conocía, la tierra. El exterior de los exteriores. La bella chica de ojos color café y cabello dorado, posada sobre un banco de madera, resplandeciente y vívida, tal cual la había visto en su sueño. Kert quedó maravillado. Se escondió entre unos arbustos y dio un vistazo alrededor. Muy a los lejos se veían montañas, nubes y una ciudad. Algo muy extraño sucedió en su garganta… Podía sentir cómo se acomodaba el aire en sus pulmones y pronto pronunció su primera palabra: “¿Eres tú?”. La joven volteó, pero sin verlo. Así que volvió a preguntar: “¿Eres tú? ¿La bella joven con la que soñé?”. Ella volteó nuevamente, pero tampoco lo vio, y Kert se imaginó que tal vez Pesadilla estaba aún teniendo poder sobre su mundo, aunque lo tuviera dentro del bolso de escamas.
-Sácame de acá, maldito Kert.
Dicho y hecho, Pesadilla estaba allí. Pero Kert pensó que no podía soltarlo y dedujo que solo podía reinar en los sueños y nada más, solo en algunos. Aunque lo llevemos a nuestras espaldas o dentro de un bolso de escamas. Entonces quiso acercarse a la joven que peinaba su cabello y, en el intento, cayó dentro de una grieta sin fin hasta que despertó en el banco de una estación de trenes. Todo había sido un sueño. Mi sueño. En ese momento, le vi bajar del tren resplandeciente y me sonreí. Cuando ella llegó, no entendía el por qué de mi gesto.
-¿Estás bien? –preguntó.
-¿Te quieres casar conmigo?
Abrió sus ojos bien grandes y, cuando me dio su  respuesta, pasó otro tren a gran velocidad provocando un sonido que no me dejó oírla. Pero por suerte sé leer los labios.


Fin


Al pasar el tiempo, soñaba recurrentemente con Kert. Y creo que, de algún modo, pertenezco a otra raza y a otro mundo. Y sí, soy muy apuesto.